En fin, tan grande y tan dinámica es la fuerza unitiva en esa persona, por la que Dios y el hombre son un único Cristo, que si le atribuyes cualquiera de las dos naturalezas no caes en error alguno llamando, con toda propiedad y conforme a la fe, Dios al hombre y hombre a Dios. Pero no sucede lo mismo con la unión del cuerpo del alma que forman un solo hombre. Sería todo un absurdo llamar alma al cuerpo y cuerpo al alma. No es extraño que el alma, a pesar de su poderoso impulso vital, no sea capaz de abrazarse así con el cuerpo a través de sus afectos, ni de unirse a él con el deseo, como la divinidad lo hizo con aquel hombre, predestinado a ser el Hijo de Dios en todo su poder. Larga y fuerte cadena para unirlos que se llama predestinación divina, porque es eterna. ¿Hay la algo más largo que la eternidad? ¿Y algo más fuerte que la divinidad? De ahí que ni siquiera la irrupción de la muerte pudo romper esa unidad, a pesar de haberse separado el cuerpo del alma. Quizá lo presintiera así aquel que se reconoció indigno de agacharse para desatarle la correa de sus sandalias.
Advertencia
Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)
lunes, 11 de marzo de 2013
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