Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

sábado, 16 de marzo de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO V. CAPÍTULO XXVI




Esta es la segunda muerte que nunca acaba de matar y  siempre mata. ¡Quién le diera morir para no estar muriendo  eternamente! Los que piden a los montes: Desplomaos sobre  nosotros, y a las colinas: sepultadnos, ¿qué pueden pedir  sino el beneficio de morir a su muerte y la gracia de acabar con ella? Ansían una muerte que no llega. Vamos a explicarlo  mejor. Sabemos que el alma es inmortal, que jamás perderá la memoria, porque dejaría de ser el alma. Mientras ella viva, vive su memoria. Pero ¿qué memoria? Una memoria deformaba  por los vicios, espantada por los crímenes, hinchada de soberbia, resentida y rechazada por el desprecio. El pasado pasó por  ella sin acabar de pasar: se alejó del presente, pero no del pensamiento. Lo hecho, hecho queda para siempre. Se realizó en el tiempo, pero permanece como realizado para siempre. Lo  que sucedió en el tiempo no se desvanece con el tiempo. Será un tormento eterno el recuerdo del mal que hiciste para  siempre. 
Es como un experimentar la verdad de aquellas palabras:  Te acusaré, te lo echaré en cara. Las dijo el Señor y nadie  podrá contradecirle sin contradecirse a sí mismo. Será demasiado tarde para poder quejarse contra el Señor como Job:  Centinela del hombre, ¿por qué me has tomado por blanco de  tus enojos, hasta hacerme intolerable a mí mismo? Así es,  Eugenio. Nadie puede ser enemigo de Dios y vivir en paz consigo mismo: el que es acusado por Dios, es también acusado por  si mismo. Entonces la razón no podrá ocultar disimuladamente la verdad, ni el alma podrá esquivar la mirada de la razón,  cuando se encuentre despojada  de las ataduras corporales y recogida dentro de sí misma. ¿Cómo podrá hacerlo después de  haberse adormecido y extinguido por la muerte aquellos sentidos por los que se alejaba de sí misma y salía a curiosear las  apariencias de este mundo que pasa? ¿Ves cómo a los impúdicos todo se les viene encima para su confusión, dándolos como  espectáculo a Dios, a los ángeles, a los hombres y a sí mismos? Qué incómodos han de encontrarse todos los injustos frente  al que es un caudal de rectísima justicia y expuestos a la luz de la verdad manifiesta! ¿No es verse golpeados y avergonzados eternamente? Quebrántalos con doble quebranto, Señor, Dios  nuestro.

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