Esta es la segunda muerte que nunca acaba de matar y siempre mata. ¡Quién le diera morir para no estar muriendo eternamente! Los que piden a los montes: Desplomaos sobre nosotros, y a las colinas: sepultadnos, ¿qué pueden pedir sino el beneficio de morir a su muerte y la gracia de acabar con ella? Ansían una muerte que no llega. Vamos a explicarlo mejor. Sabemos que el alma es inmortal, que jamás perderá la memoria, porque dejaría de ser el alma. Mientras ella viva, vive su memoria. Pero ¿qué memoria? Una memoria deformaba por los vicios, espantada por los crímenes, hinchada de soberbia, resentida y rechazada por el desprecio. El pasado pasó por ella sin acabar de pasar: se alejó del presente, pero no del pensamiento. Lo hecho, hecho queda para siempre. Se realizó en el tiempo, pero permanece como realizado para siempre. Lo que sucedió en el tiempo no se desvanece con el tiempo. Será un tormento eterno el recuerdo del mal que hiciste para siempre.
Es como un experimentar la verdad de aquellas palabras: Te acusaré, te lo echaré en cara. Las dijo el Señor y nadie podrá contradecirle sin contradecirse a sí mismo. Será demasiado tarde para poder quejarse contra el Señor como Job: Centinela del hombre, ¿por qué me has tomado por blanco de tus enojos, hasta hacerme intolerable a mí mismo? Así es, Eugenio. Nadie puede ser enemigo de Dios y vivir en paz consigo mismo: el que es acusado por Dios, es también acusado por si mismo. Entonces la razón no podrá ocultar disimuladamente la verdad, ni el alma podrá esquivar la mirada de la razón, cuando se encuentre despojada de las ataduras corporales y recogida dentro de sí misma. ¿Cómo podrá hacerlo después de haberse adormecido y extinguido por la muerte aquellos sentidos por los que se alejaba de sí misma y salía a curiosear las apariencias de este mundo que pasa? ¿Ves cómo a los impúdicos todo se les viene encima para su confusión, dándolos como espectáculo a Dios, a los ángeles, a los hombres y a sí mismos? Qué incómodos han de encontrarse todos los injustos frente al que es un caudal de rectísima justicia y expuestos a la luz de la verdad manifiesta! ¿No es verse golpeados y avergonzados eternamente? Quebrántalos con doble quebranto, Señor, Dios nuestro.
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