Ya hemos llegado a conocerlas. Pero ¿las hemos comprendido? No lo comprende el razonamiento, sino la santidad de vida, suponiendo que pueda comprenderse lo que de suyo es incomprensible. Pero si no fuera posible no habría dicho el Apóstol: Para que comprendamos con todos sus consagrados. Por tanto, lo compren en los santos. ¿De qué manera? Si eres santo, lo conociste y lo comprendiste; si no lo eres, trata de serlo y lo sabrás por experiencia. Serás santo si tus afectos son santos, y ellos dedos maneras por el santo temor de Dios y por el santo amor. Afectada totalmente el alma por este como doble abrazo suyo, comprende, abraza, estrecha, posee y exclama: Lo agarraré y no lo soltaré.
El temor responde a su altura y profundidad; el amor, a su largura y anchura. ¿Podemos imaginarnos algo más temible que un poder al que nadie se puede enfrentar y una sabiduría a la que nadie se puede ocultar? Si Dios careciese de alguno de estos dos atributos, podría temérsele menos. Pero debes temer a Dios, porque sus ojos todo lo ven y sus manos son todopoderosas. Igualmente, ¿hay alguien al que podamos amar más que al mismo Dios por el que amas y eres amado? Y aún es más di no de amor si pensamos en su eternidad, por la que nunca falla y excluye por eso todo temor. Ama, por tanto, con perseverancia y longanimidad y poseerás la longitud; tiende tu amor a tus enemigos y poseerás la anchura; pon tu solicitud por perseverar en el santo temor y poseerás con eso la altura y a profundidad.
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