ALGUNOS AFIRMAN QUE EL CUERPO DE CRISTO FUE CREADO EN LA VIRGEN, PERO NO FUE TOMADO DE LA VIRGEN
Es de notar que en este admirable misterio están representadas las tres medidas de harina con una triple y oportuna distinción de calidades: la harina nueva, la vieja y la eterna. La nueva es el alma, creada de la nada, cuando fue infundida en el cuerpo; la vieja es la carne, y sabemos cómo la recibimos desde el primer hombre, Adán; la eterna es el Verbo, que, como nos lo atestigua la certeza de la fe, fue engendrado eternamente por el Padre y es tan eterno como él. Si te fijas bien, en las tres puedes descubrir una triple manifestación del poder de Dios: de la nada, saca un ser; de lo viejo, algo nuevo ; de lo condenado y muerto, algo eterno y bienaventurado. ¿Tiene esto algo que ver con nuestra salvación? Mucho y por diversas razones. Lo primero de todo, encontrándonos reducidos a la nada por el pecado, en cierto modo somos creados de nuevo, como primicias de una nueva criatura suya. Además, sacados de la antigua esclavitud, hemos vuelto a la libertad de los hijos de Dios, caminando por la nueva senda del espíritu. Y en tercer lugar hemos sido llamados del poder de las tinieblas al reino de la claridad eterna, en el cual nos permitió sentarnos por la persona de Jesús.
Alejemos de nosotros a todos los que intentan demostrar que la carne de Cristo es ajena a la nuestra, afirmando impíamente que no la tomó de la Virgen, sino que en la Virgen fue creada una humanidad distinta. Bellamente, y mucho antes, se enfrentó con esta opinión blasfema de los impíos el espíritu profético cuando dijo: Saldrá un tallo de la raíz de Jesé y brotará una flor de su raíz. Podía haber dicho: Saldrá una flor del tallo, pero prefirió decir: de su raíz. Así demostraba que la flor tuvo el mismo origen que el tallo. El cuerpo humano de Jesús, por tanto, fue tomado del mismo origen del que nació la Virgen; no fue creado como algo distinto en la Virgen, sino que descendía de la misma raíz común de la raza humana.
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