Capítulo 24
¿En qué quedamos? ¿Perdió la libertad de elección al no poder evitar el pecado? En absoluto. Lo que perdió fue la libertad de deliberación, que le otorgaba la posibilidad de no pecar. Y también fue sometido a la turbación porque perdió la libertad de complacencia, que le daba la posibilidad de no turbarse.
En ese caso, sin lugar dudas, no sólo le falta la bondad a la voluntad, sino que la voluntad misma ya no existe, y, por lo tanto, ha desaparecido el libre albedrío.
Pero cuando solamente se siente incapaz de hacer el bien, es señal de que le falta la libertad de deliberación, no la de elección. De igual manera, si es capaz de querer y no puede hacer el bien que quiere, es porque le falta la libertad de complacencia; pero mantiene intacta la libertad de elección. Por tanto el libre albedrío va siempre unido a la voluntad. Y sólo deja de existir cuando ha desaparecido la voluntad. Esta existe igualmente en los buenos y en los malos. El libre albedrío permanece tan íntegro en unos como en otros. Y así como la voluntad no deja de ser ella misma, aunque se hunda en la miseria, sino que la llamamos y es una voluntad pobre, o en el caso contrario, una voluntad dichosa. Tampoco al libre albedrío lo puede anular o disminuir alguna clase de adversidad o coacción.
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