Capítulo 20
Estas dos cosas son las que antes mencionamos: saborear lo verdadero y tener plena capacidad de practicarlo. Lo primero va íntimamente ligado con la justicia, y lo segundo con la gloria. Debemos fijarnos en lo verdadero y en lo de plena capacidad. Lo primero para excluir la sabiduría de la carne, que es muerte, y el saber del mundo, que es necedad a los ojos de Dios -aunque los hombres se tengan por sabios-. Pero sabios sólo para el mal. Y lo segundo, para diferenciarlo del poder que tienen aquellos e quienes se dice: A los poderosos les aguarda un riguroso tormento. Es imposible saborear la verdad y tener capacidad plena de practicarla si al libre albedrío no le acompañan las dos cosas arriba mencionadas, es decir, libertad de deliberación y libertad de complacencia.
Yo sólo considero verdaderamente sabio y poderoso al que, además de desear una cosa por su libre albedrío, llega a realizarla mediante las otras dos libertades. De tal modo que sea incapaz de desear el mal, y capaz siempre de realizar lo que quiere. Lo primero -conocer la verdad- le viene de la libertad de deliberación; y lo segundo -ser capaz de practicar la de la libertad de complacencia. Pero ¿Quién hay entre los mortales tan perfecto que pueda gloriarse de ello? ¿Dónde y cuándo podremos conseguirlo? ¿Acaso en esta vida? Esa persona sería mayor que Pablo, que confiesa humildemente: Hacer el bien no está en mis mano. ¿Y Adán en el paraíso? Si hubiese sido capaz de ello jamás habría sido desterrado del Edén.
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