Capítulo 32
Ni siquiera en este mundo podríamos encontrar la semejanza, sino una imagen fea y deforme, a no ser que la mujer del Evangelio no hubiera encendido la lámpara. Me refiero a la Sabiduría encarnada, que limitó la casa de toda clase de vicios para buscar la moneda que había perdido, es decir, su imagen. Esta ya no tenía su belleza natural, pues estaba cubierta del fango del pecado y medio enterrada en el polvo. Cuando la encontró, la limpió y la sacó de la región de la desemejanza. La volvió a su prístina belleza, le dio la gloria de los santos y la hizo semejante en todo a ella misma, para que se cumpliera lo que dice la Escritura: Sabemos que cuando se manifieste seremos como EL, porque le veremos tal cual es. Nadie mejor que el Hijo de Dios para realizar esta obra. EL es el reflejo de la gloria del Padre y la impronta de su ser; sostiene el universo con su palabra posee en abundancia las dos cosas necesarias para restaurar lo que está deforme y robustecer lo débil. Con el resplandor de su rostro disipa as tinieblas del pecado y devuelve la sabiduría. Y con la fuerza de su palabra da poder para resistir la tiranía del demonio.
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