Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

jueves, 20 de septiembre de 2012

LIBRO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO: CAPÍTULO XXXVIII


Capítulo 38


      Fijémonos ahora en los que por temor a los tormentos o a la muerte se vieron forzados a negar su fe, al menos de palabra. Según esta afirmación no hubo culpa, porque renegaron sólo de palabra o porque la voluntad pudo verse obligada a cometer la culpa. Es decir, que el hombre quería lo que estaba cierto que no quería. Y, por lo tanto, dejó de existir el libre albedrío. Como es imposible querer y no querer una misma cosa a un mismo tiempo, preguntémonos cómo se puede imputar el mal a quienes no lo quieren cometer. 
     Este no es el caso del pecado original que, por otro motivo especial, pesa sobre el que no ha vuelto a nacer en el bautismo y no sólo sin su propio consentimiento, sino la mayor parte de las veces sin tener conocimiento de ello. 
     Recordemos el caso del apóstol Pedro. Parece que negó la verdad en contra de su voluntad. Tuvo que elegir entre la negación y la muerte. Y como tenía miedo a la muerte, negó. No quería negar, pero menos aún quería morir. Por eso negó contra su voluntad, para no morir. Se vio obligado a decir con los labios, y no con la voluntad, lo que no quería. La lengua se movió en contra de su voluntad. ¿Cambió su voluntad? ¿Qué es lo que quería? Sin duda alguna, ser lo que era, discípulo de Cristo. ¿Y  qué dijo? No conozco a ese hombre. ¿Por qué dice eso? Porque quería escapar de la muerte. ¿Y  qué pecado cometió con esto? 
       DECLARA CULPABLE LA VOLUNTAD DE PEDRO, QUE PREFIERE  MENTIR A MORIR.-Tenemos  en el  apóstol  una doble voluntad. Una que le impulsa a no querer morir, y es totalmente inocente. Otra, perfectamente Justa, por la que se complace en ser cristiano. Entonces, ¿Cómo pecó? ¿Acaso  porque prefirió mentir a morir? Esta disposición es reprensible, porque indica que le interesaba más conservar la vida del cuerpo que la del alma. La boca embustera da muerte al alma. Pecó, y lo hizo con el consentimiento de su propia voluntad, débil y miserable, es cierto, pero enteramente libre. Pecó no por desprecio u odio a Cristo, sino por un amor excesivo a sí mismo. Aquel miedo inesperado no le impulsó al amor desordenado de sí mismo, sino demostró que ya lo tenía. Ya era así v no lo conocía cuando oyó de labios de Jesús, a quien nada se le oculta: Antes que el gallo cante me negarás tres veces. 
     Esa debilidad de la voluntad no nació, sino que se manifestó ante ese repentino temor y puso al descubierto cómo se amaba a sí mismo y cómo amaba a Cristo. La descubrió Pedro, no Cristo. Pues Cristo ya conocía desde mucho antes el interior del hombre. Y como amada a Cristo, su voluntad sufrió, sin duda alguna, una gran violencia para hablar en contra de lo que sentía. Pero como se amaba a sí mismo, consintió libremente y contestó en su propia defensa. Si no hubiera amado a Cristo no le hubiera negado a pesar suyo. Mas si no se hubiera amado mucho más a sí mismo, no te hubiera negado en modo alguno. Reconozcamos que ese hombre se vio forzado no a cambiar la propia voluntad, pero sí a ocultarla. Forzado, repito, no a apartarse del amor de Dios; aunque sí a ceder un poco por amor a sí mismo.

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