Capítulo 18
EN QUÉ SE DISTINGUEN LA VOLUNTAD LIBRE, LA MALA Y LA BUENA. Como criaturas dotadas de voluntad libre somos, en cierto modo, dueños de nosotros mismos. Y por la voluntad buena nos hacemos propiedad de Dios. Dios creó a la voluntad en el bien, buena, libre, como la primicia de sus criaturas. Porque más nos valdría no haber existido que ser totalmente independientes. Pues los que aspiran a ser independientes, semejantes a Dios, conocedores del bien y del mal, en vez de hacerse dueños de sí mismos se convirtieron en esclavos del diablo. Por tanto, la voluntad libre nos hace dueños de nosotros, la mala nos somete al diablo y la buena a Dios. A esto se refiere aquella frase: El Señor conoce a los suyos. Porque de los que no sean suyos dice en otro lugar: Os aseguro que no os conozco. Cuando somos propiedad el diablo -por la mala voluntad- no pertenecemos a Dios. Y cuando nos entregamos a Dios con buena voluntad, dejamos de pertenecer al diablo. Nadie puede estar al servicio de dos amos. Pero seamos de Dios o del diablo, no por eso dejamos de ser de nosotros mismos, porque en ambos casos permanece el libre albedrío y la raíz del mérito. Pues en atención a nuestros méritos, o nos condenamos como depravados -por habernos comportado libremente conforme a nuestra propia voluntad- o somos coronados por el bien.
Quien nos hace esclavos del demonio no es el libre albedrío, sino nuestra propia voluntad. Y quien nos somete a Dios es su gracia, no nuestra voluntad. El Dios de la bondad creó nuestra voluntad recta y buena, pero no será perfecta hasta que no se someta plenamente a su Creador.
Lejos de mí afirmar que de sí misma le viene a la voluntad la perfección, y de Dios la creación. Supone mucho más el ser perfecta que el ser hecha. Sería una blasfemia decir que lo menor procede de Dios y lo mayor de nosotros. El Apóstol sabía muy bien qué procede de la naturaleza y qué debía esperar de la gracia. Y exclama: El querer lo tengo a mano, pero el realizarlo no. Es decir, el querer era innato en él, por la liberad de elección; pero para tener un deseo perfecto sentía la necesidad de la gracia. Desear el mal es un defecto de la voluntad, querer el bien es un progreso, y ser capaz de hacer todo el bien posible es su perfección consumada.
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