Capítulo 42
Por lo tanto, esa facultad humana a la que llamamos el libre albedrío, lo es condenada justamente -porque ninguna fuerza extraña puede obligarle a pecar-, o se salva misericordiosamente -porque por sí misma es incapaz de practicar la justicia-. Advierta el lector que en este momento no tenemos en cuenta el pecado original. No busquemos fuera del libre albedrío la causa de la condenación, porque lo único que condena al hombre es su propia culpa. Ni tampoco son suyos los méritos, porque sólo salva la misericordia. Todos sus esfuerzos hacia el bien son vanos sin la ayuda de la gracia e inútiles sin su inspiración. La Escritura afirma que los deseos pensamientos del hombre tienden al mal. Que nadie crea, pues, que sus méritos le vienen de sí, sino del Padre de las luces. Y esté convencido de que los dones más sublimes y excelentes son, sin duda alguna, los que aseguran la salvación eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario