Capítulo 43
DIOS DIVIDE SUS DONES EN MÉRITOS Y PREMIOS. Nuestro Dios y Rey eterno, cuando trajo la salvación al mundo, dividió los dones que hizo al hombre en méritos y premios. Las gracias presentes se convierten en méritos nuestros si las aceptamos libremente. Y si esperamos los bienes futuros apoyados en la promesa gratuita, podemos ansiarlos incluso como algo que se nos debe. Así lo afirmaba Pablo: Tenéis por fruto la santificación y por fin la vida eterna. Y también: Nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción de los hijos de Dios.
Las primicias del Espíritu son, para él, la santificación o las virtudes por las cuales nos santifica el Espíritu, y merecemos así la adopción. Idénticas promesas se hacen en el Evangelio a quienes renuncian al mundo: Recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. La salvación, pues, no proviene del libre albedrío, sino del Señor.
Dios mismo es la salvación y el camino de la salvación. Escuchémosle: Yo soy la salvación del pueblo, y yo soy el camino. El que es la salvación y la vida se ha hecho camino, a fin de que nadie se gloríe de sí mismo. Si los bienes del camino son los méritos, y la salvación y la vida son los bienes de la patria, tiene razón David cuando dice: No hay quien obre bien, excepto uno. Y es Aquel de quien se dice: Nadie es bueno sino uno solo, Dios. Todas nuestras obras y sus premios son dones de Dios. Se hace nuestro deudor en ellas y nos hace por ellas dignos de premio. Para establecer estos méritos se sirve del concurso de las criaturas, no porque las necesite, sino para que se enriquezcan con los premios.
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