Capítulo 48
Creo haber complacido al lector, ya que nunca me he apartado de la doctrina del Apóstol. Y en todos los puntos de mi exposición he usado sin cesar sus mismas palabras. He expresado como él que no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia. Con estas expresiones no pretende afirmar que se pueda querer o correr en vano, sino que quien desea algo y corre tras ello no debe gloriarse de sí mismo, sino en aquel de quien recibe el querer y el correr. Por eso añade: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido?
DE LAS TRES OBRAS DE DIOS: CREACIÓN, TRANSFORMACIÓN Y CONSUMACIÓN.-Te ha creado, te ha curado y te ha salvado. ¿Qué intervención humana aportas tú a todo esto? ¿No estará por encima del libre albedrío cualquiera de estas tres cosas? Prescindo de todo aquello que es necesario para recobrar la salvación o está prometido a los predestinados. Tú no podías darte el ser, porque no existías. Ni podías justificarte, porque eras pecador. Tampoco podías resucitarte, porque estabas muerto. Lo primer y lo último es evidente, mas también lo segundo. No lo comprenderá quien, ignorando la justicia de Dios y queriendo afirmar la propia, no se somete a la justicia de Dios. ¿Es que vas a reconocer el poder de tu Creador y la gloria de tu Salvador sin aceptar la justicia de su Santificador? Escucha: Sáname; Señor, y quedaré sano; sálvame y quedaré salvo, porque tú eres mi gloria. El salmista reconoce así la justicia de Dios y confía en que lo librará del pecado y de la debilidad. Por eso atribuye la gloria al Señor, y no a sí mismo. Por eso mismo exclama David: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Espera de Dios la doble gracia: la justicia y la gloria.
EL QUE SE JUSTIFICA A SI MISMO IGNORA LA JUSTICIA DE Dios. ¿Quién ignora la justicia de Dios? El que pretende justificarse a sí mismo. ¿Y quién se justifica a sí mismo? El que atribuye sus méritos a otra fuente distinta de la gracia. Quien creó al que debía salvar da también los medios para que se salve. Repito: el mismo que da los méritos es quien hizo al que los iba a recibir. ¿Cómo pagaré al Señor, dice el salmista, todos los bienes con que me ha remunerado? No dice solamente "me ha dado", sino y "me ha remunerado". Reconoce que existe y es justo por don de Dios. Y si lo negara, perdería ambas cosas, es decir, dejaría de ser justo y se condenaría como criatura. Encuentra un tercer motívo e insiste: Tomaré el cáliz de la salvación. El cáliz de la salvación es la sangre del Salvador. Por eso, si no tienes nada de ti mismo con que pagar los dones de la justicia de Dios, ¿Cómo puedes pretender la salvación? Invocaré, dice, el nombre del Señor. Porque todos los que le invocan se salvarán.
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