Capítulo 14
Y mira por dónde se me presenta la ocasión de recordar y referirme a un hombre que exhala suavísimo perfume: el obispo Gaufredo de Chartres. Ejerció en Aquitania con suma diligencia el cargo de legado durante largo tiempo y a expensas propias. Voy a contarte algo que lo pude ver con mis propios ojos. Le acompañaba yo por aquellas tierras, cuando un sacerdote fue a ofrecerle un pez llamado vulgarmente esturión. El legado le preguntó en cuánto se lo vendía, y añadió: No lo acepto si no me admites que te lo pague. Y le entregó cinco sueldos a aquel hombre, sonrojado por tener que recibírselos. En otra ocasión estábamos en cierto castillo, y la señora quiso obsequiarle por devoción con una toalla y dos o tres bandejas muy bonitas, aunque eran de madera. Se quedó mirándolas detenidamente, las elogió, pero no las aceptó por su delicadeza de conciencia.
¿Habría sido capaz de recibir unas bandejas de plata quien rehusó las de madera? Nadie pudo decirle aquello de enriquecimos a Abrahán. En cambio, tenía fuerza moral para proclamar ante todos, como Samuel: Aquí me tenéis ante el Señor y su ungido. ¿A quién le quité un buey? ¿a quién le quité un burro? ¿a quién le he hecho injusticia? ¿a quién he vejado? ¿De quién he aceptado un soborno para hacer la vista gorda? Decidlo y os lo devolveré. ¡Ah, si contáramos con muchos como él y éstos que os acabo de mencionar! ¿Habría alguien más feliz que tú? ¿Habría tiempos más venturosos que los nuestros? Solamente considerarías superior la felicidad celestial, porque adondequiera que fueses te verías rodeado de un noble cortejo de santos.
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