Capítulo 3
LOS TRES GRADOS DE LA CONSIDERACIÓN
Téngase por privilegiado el que pone su empeño en valerse de los sentidos -un bien común a todos los hombres- ejercitándolos para su provecho personal y el de otros muchos. No es menos grande aquel que convierte los sentidos en medios para subir, filosofando, hacia las realidades invisibles. Pero hay una gran diferencia entre los dos: el primero es más eficiente y más penoso; el segundo, más dulce y agradable. Sin embargo, el mayor de todos es aquel que, despreciando hasta el uso de estas realidades y sentidos, en cuanto es posible a la fragilidad humana, ha ido habituándose a volar hacia las cumbres más sublimes a través de la contemplación, no por grados ascendentes, sino por inesperados arrebatos. A este último género pertenecen, a mi parecer, los raptos de San Pablo: éxtasis y no ascensiones, pues según su propio testimonio, más que subir él, se sentía arrebatado. Por eso decía: Si estáticos nos enajenamos, fue por Dios.
Estos tres grados de la consideración son reales, con una condición: que el espíritu, todavía presente en este mundo de su peregrinación, haciéndose superior por sus ansias de virtud y con la ayuda de la gracia, o reprima los sentidos para que no se le insolenten, o los ate en corto para que no se derramen por el exterior, o se evada de ellos para que no le manchen. En el primer caso, el espíritu se hace más poderoso; en el segundo, más libre; en el tercero, más puro. Este vuelo lo realiza en alas de su pureza y agilidad.
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