Capítulo 21
Así y todo, me gustaría que no ignorases las costumbres e inclinaciones de tu servidumbre. Que no seas el último en enterarte de los desórdenes de tu casa, como les ha sucedido a tantos otros. Ya te dije que no debes ser tú quien se ocupe de todo. Pero el problema de la moralidad de tu casa no se lo confíes a nadie. Responsabilízate tú. Si alguien se insolenta en tu presencia, o pronuncia palabras indebidas o es descubierto en alguna corrupción, pon la mano sobre él y venga la injuria que te hacen. La impunidad genera osadía y la osadía el abuso. En la casa del obispo deben reinar la santidad, la sencillez y la decencia, y quien las cultiva es la disciplina. Los sirvientes del sacerdote o son mejores que los demás o se convierten en la comidilla de todos. No toleres a tus más allegados el menor atisbo de incontinencia o intemperancia en el porte, en su modo de vestir o en los gastos. Que tus hermanos en el episcopado aprendan de tu ejemplo a no tener consigo a jóvenes repeinados y niños presumidos. Es algo impropio ver cabelleras rizadas entremezcladas con las mitras. Recuerda el aviso del sabio: se trata de tus hijas. No les muestres una cara excesivamente risueña.
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