Capítulo 17
A QUIÉN DEBE HACERLE MAYORDOMO DE SU CASA Y FAMILIA
Ya estamos hartos de tanta curia; salgamos de palacio, que nos esperan en casa. Y pensemos ahora no en los que están a tu alrededor, sino, en cierto sentido, dentro de ti mismo. No perderías el tiempo si ocupases tu consideración en decidir cómo organizar tu casa y dedicarte a los que viven en tu intimidad y regazo. Es más, creo que necesitas hacer esta consideración. Escucha a Pablo: Uno que no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de la Iglesia de Dios? Y añade: Quien no mira por los suyos y en particular por los de su casa, ha renegado de la fe y es peor que un descreído. Con esto no pretendo exigirte que descuides los asuntos más importantes volcándote en nimiedades. ¿Por qué te vas a enredar ahora en las minucias de las que Dios te sacó? El lo ha dicho: Todo eso se os dará por añadidura.
No obstante, hay que hacer lo uno sin dejar lo otro. De manera que lleves tú las cosas más trascendentes y designes tú mismo a los que deben ocuparse de los detalles de la casa. Si un siervo solo no puede arreglárselas para atender a las caballerizas y a todo lo demás, tú tampoco eres capaz de gobernar tu casa y al mismo tiempo servir a la casa del Señor, de la que se ha escrito: ¡Qué grande es, Israel, el templo de Dios! Un hombre que debe preocuparse de empresas tan importantes y diversas, tiene que verse liberado de los asuntos insignificantes y más enojosos. Debe vivir tan libremente que no le asalte ninguna intromisión violenta. Debe ser tan recto que no le arrastre ningún afecto torcido; tan cauto, que no le turbe ninguna sospecha furtiva; tan vigilante, que no le saque de sí mismo ningún pensamiento extraño ni curioso; tan estable, que no le afecte ninguna turbación inesperada; tan firme, que ninguna tribulación, por continua que sea, le canse; tan desprendido, que no le coarte la pérdida de cualquier valor temporal.
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