Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

miércoles, 9 de enero de 2013

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO XIII



Creo que no se puede tornar a la ligera el primer tema que se nos presentó. Ejerces una primacía única. ¿para qué? Te insisto en que esto es lo que más debes considerar. ¿eres el primado para prosperar tú a costa de tus súbditos? De ninguna manera, sino ellos a costa tuya. Te nombraron príncipe  para su servicio, no para el tuyo. De lo contrario, ¿cómo podrías considerarte superior a aquellos de quienes mendigas tu propio bienestar? Escucha al Señor: los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. 
Estas palabras se refieren al poder mundano y temporal. ¿Rezan con nosotros? Serías un insincero si lo negases. Pues más que hacerles el bien, pretenderías dominar sobre aquel a quien se lo haces. Y es de corazones ruines y mezquinos buscar en los súbditos no su promoción, sino los intereses propios. Nada más bochornoso, especialmente para quien es el mayor de todos. Lo dijo bellamente el Doctor de los gentiles cuando afirmaba que son los padres quienes tienen que ganar para los hijos y no los hijos para los padres. No menos honrosa es aquella otra frase suya: no busco vuestros dones, sino vuestros intereses. 
Pero pasemos adelante, no sea que, si me detengo más en esto, termines pensando que te considero un avaricioso. Ya dejé claro en el libro II que estás totalmente exento de este vicio. Sé cuántas cosas has rechazado, pasando tú necesidad. Pero no olvides que estoy escribiéndote a ti, mas no para ti. Pues lo que te digo a ti, no va dirigido sólo a tu propio bien. He censurado aquí la avaricia, vicio del que tu fama se ve muy libre. Pero tú verás si también están libres tus obras. Por no referirme a las ofrendas para los pobres, que ni las tocas, hemos podido comprobar cómo descendían las arcas de Alemania, pero no de volumen, sino de valor. Porque consideraste su plata como si fuese heno. Obligaste, y con gran resistencia, a que regresaran a su patria con sus acémilas aquellos hombres sin que siquiera llegasen a desatar las sacas. Algo inaudito. 
¿Cuándo se había rehusado en Roma el oro? No puedo creer que esto sucediese con el asentimiento de los romanos. Llegaron dos personajes, los dos ricos y reos de una acusación. Uno de ellos era de Maguncia y el otro de Colonia. Al primero se le absolvió absolutamente gratis. Al segundo, indigno del perdón, según creo, le dijeron: Puedes marcharte con toda la riqueza que trajiste. Admirable reacción, muy propia de tu libertad apostólica. Claramente paralela de otra que conocemos: Púdrete tú con tus cuartos. Sólo hay una ligera diferencia entre ambas: en ésta, el celo es más violento, y en la otra, más moderado.  
También se hizo famoso el caso de aquel otro señor que, procedente de islas remotas, atravesó mares y tierras para volver a comprar un obispado con su dinero y el ajeno. Por el mismo procedimiento, había conseguido otro anteriormente. Mucho llevó consigo, pero tuvo que regresar con ello. Bueno; algo le quitaron. Porque el desgraciado cayó en otras manos, más abiertas para recibir que para dar. Obraste rectamente conservando limpias las tuyas, por no consentir en imponerlas sobre un ambicioso y por no abrirlas al oro de la iniquidad. 
En cambio, no cerraste tus manos a un obispo pobre, dándole de lo tuyo para que él, a su vez, pudiera darlo y no quedara como un tacaño. El recibió a escondidas lo que después regalaría con gran publicidad. Con tu bolsa le sacabas de un apuro, permitiéndole que pudiese corresponder con las costumbres establecidas en la curia romana. Y a la vez tu generosidad evitaba la avaricia de los que buscan gratificaciones. No puedes negarlo, porque conozco el caso y su protagonista. ¿Te molesta que lo dé a conocer? Pues cuanto más te mortifique su divulgación, lo hago más gustosamente. Así yo cumplo con mi deber y tú con el tuyo: Yo no debo silenciar la gloria de Cristo y tú no puedes buscar tu propio prestigio. Y si todavía sigues  lamentándote, podría recordarte lo del  Evangelio: Cuanto más se lo prohibía, más lo pregonaban ellos, diciendo: ¡qué bien lo hace todo!

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