Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

jueves, 31 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO XII



En consecuencia, no recibas sin más a quienes lo solicitan afanosamente; admite a los indecisos y a los que rechazan estos cargos; a ésos debes obligarles a entrar. A mi parecer, en esos últimos podrás descansar tranquilo. Nunca serán altaneros, sino respetuosos y comedidos; a nadie temerán sino a Dios y todo lo esperarán de Dios. No tendrán en cuenta las riquezas de los que a ellos acudan, sino sus necesidades. Se mostrarán valientes en la defensa de los oprimidos y juzgarán a los pobres con justicia. Serán íntegros y  de probada santidad; dispuestos siempre a obedecer, resignados en sus sufrimientos, sumisos a la disciplina, estrictos en la censura, católicos por su fe, fieles en la administración, artífices de la paz, colaboradores de la unidad, rectos en sus juicios, prudentes en sus consejos, moderados en sus ordenes, hábiles en sus disposiciones, activos en su trabajo, discretos en su conversación, perseverantes en la adversidad, piadosos en la prosperidad, sobrios con sus pasiones, generosos en su misericordia, ocupados en sus ocios, mensurados en su hospitalidad, frugales en los convites, desinteresados para su economía familiar, respetuosos de la ajena, buenos administradores de la suya, siempre y en todas sus cosas circunspectos. 
No se negarán a rehusar que se les nombre embajadores de Cristo siempre que fuera preciso, ni lo ansiarán cuando no se les designe para ello. Tampoco rechazarán lo que antes rehusaron con toda sencillez. Los nuncios no irán tras el oro y seguirán las huellas de Cristo. No codiciarán el lucro en su misión, ni exigirán que se les dé nada, porque sólo buscarán la eficacia de su ministerio. Se presentarán ante los reyes como Juan, ante los egipcios como Moisés, ante los fornicarios como Fineés, ante los idólatras como Elías, ante los avaros como Eliseo, ante los simoníacos como Pedro, ante los blasfemos como Pablo, ante los traficantes como Cristo. No despreciarán al pueblo, porque lo instruirán. No pueden halagar a los ricos, sino atemorizarlos; ni gravar más a los oprimidos, sino ayudarlos. No se intimidarán con las amenazas de los príncipes, porque las despreciarán. A donde vayan llegarán sin estrépito y marcharán en paz. No saquearán las iglesias y atenderán a su restauración. No esquilmarán las bolsas, sino que confortarán los corazones y corregirán los vicios: Cultivarán su propia fama sin envidiar la ajena. Pondrán todo su empeño en orar y habituarse a la oración, fiándose en todo mucho más de su espíritu de oración que de sus cualidades personales y de su esfuerzo. 
Sea pacífica su entrada y sencilla su salida. Sus palabras serán edificantes, su vida honrada, su presencia grata, su recuerdo mil veces bendito. Amables, pero no de boquilla, sino con la verdad de sus obras. Se harán respetar por su género de vida y no por su soberbia. Con los sencillos serán sencillos y con los inocentes serán inocentes. Reprenderán duramente a los empedernidos, se opondrán a los malvados y a los soberbios les pasarán su merecido. No se consumirán por hacerse ricos ellos y sus familias a costa de lo que se reserva para las viudas y con el patrimonio del Crucificado; de balde dan lo que de balde recibieron, haciendo justicia desinteresadamente y defendiendo a todos los oprimidos, para tomar venganza de los pueblos y aplicar el castigo a las naciones. Deben participar claramente del espíritu que tú posees como los setenta dirigentes de Moisés, y, en tu presencia o en tu ausencia, sólo se esforzarán por complacerte complaciendo a Dios. Volverán a ti fatigados, pero no agotados; satisfechos, no de las cosas raras y preciosas que traen consigo, sino de haber dejado la paz en los reinos, la ley a los incultos, la tranquilidad en los monasterios, el orden en las iglesias, la disciplina entre los clérigos y un pueblo grato a Dios, entregado a hacer el bien.

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