Capítulo 5
Pero existe otra estúpida ignorancia que ha llegado a convertir en una necedad la misma sabiduría de la fe. Y este virus pudo inficionar por poco a la totalidad de la Iglesia. ¿Cómo? Sencillamente, porque cada uno de nosotros sólo nos interesamos por lo nuestro. Y así nos envidiamos, nos provocamos y encendemos los odios, nos exasperamos llevando cuentas del mal, nos defendemos discutiendo, maquinamos el engaño, nos zaherimos hasta la detracción, nos deshacemos en maldiciones y, porque nos oprimen los más fuertes, tiranizamos a los más débiles.
Será muy oportuno y laudable que intensifiques la meditación de tu corazón en esta locura tan insensata que está infestando al mismo Cuerpo de Cristo, la totalidad de los creyentes; así te lo descubre tu propia consideración. ¡Ah la ambición, cruz y tormento de los propios ambiciosos! ¿será posible que a todos atormentes y todos te sigan? Nada acongoja tan angustiosamente ni inquieta tan agudamente al hombre como la ambición. Y es lo que con mayor ansiedad apetece el corazón humano.
¿Vas a decirme que los Estados Pontificios no rezuman más ambición que devoción? ¿Qué resuena en tus palacios todo el día sino el griterío de la ambición? ¿No transpiran afán de lucro las leyes canónicas y su disciplina? ¿No pretende la voracidad italiana arrebatar sus despojos con insaciable avidez? Y a ti mismo, más de una vez, ¿no te ha obligado a interrumpir e incluso a abandonar tus ocios contemplativos? ¿Cuántas veces esta inquieta e inquietante calamidad te ha hecho abortar tus santas ocupaciones! Una cosa es que los oprimidos apelen a ti y otra muy distinta que los ambiciosos intenten aprovecharse de ti para dominar a la Iglesia. No puedes dejar abandonados a los que te necesitan, pero tampoco complacer en lo más mínimo a los ambiciosos. ¡Qué injustamente se favorece a éstos y se desatiende a los otros! Con unos estás en deuda para aliviarlos y con los otros tienes la obligación de reprimirlos.
San Bernardo de Claraval
Nota: desdeña a la ambición, en todas sus formas, que está en el corazón del ser humano y entorpece la auténtica visión contemplativa. Muchas de las cosas que los políticos nos presentan como "devoción" (como el secesionismo y su martirologio) no son otra cosa que formas encubiertas de ambición. Igual ocurre en los "grandes benefactores" que intentan sacarnos de la crisis económica, en los que presentan modelos utópicos alternativos, en sectores de la misma iglesia. En el ser humano está oprimir a los débiles cuando nos "aprietan" los fuertes (personas o circunstancias). El cristiano debe dirigirse a los necesitados y protegerse de los ambiciosos de corazón.
Miguel Ángel Pavón Biedma
No hay comentarios:
Publicar un comentario