Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

domingo, 6 de enero de 2013

TRATADO DE LAS CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO TERCERO. CAPÍTULO X


Capítulo 10



Con todo, no creas que pierdes el tiempo considerando ya cómo podrías restablecer la legitimidad  de las apelaciones. Si quieres saber mi parecer, o mejor, si se tuviera en cuenta mi pensamiento, te diría que no deben ni menospreciarse ni recomendarse. Es más, me resultaría difícil decirte cuál de las dos cosas considero más nociva. No obstante, es claro que abusar de algo induce necesariamente a despreciarlo. Por esta razón habría que desaconsejar decididamente las apelaciones, más bien nocivas que beneficiosas. ¿o no resulta más perjudicial lo que, siendo de suyo malo, es peor todavía en sus mismas consecuencias? ¿No es su abuso el que degrada y destruye la naturaleza misma de las cosas? De ordinario, basta su abuso para rebajar e incluso anular el valor de las realidades más ricas. 
¿Existe algo superior a los sacramentos? Y no sirven para nada cuando se confieren indignamente o se reciben mal. En cuyo caso son motivo de condenación, porque no se les presta la debida veneración. Reconozco que las apelaciones son un bien universal, tan benéfico para los hombres como el sol: algo así como ese sol de justicia que descubre y reprueba lo que está oculto, porque son las obras de las tinieblas. Deben mantenerse e incluso fomentarse, pero cuando efectivamente son necesarias. No cuando son artimañas de la astucia. En este caso siempre son abusivas: no ayudan al que lo necesita y favorecen al malvado. Por ello han caído en total descrédito. Hasta el extremo de que muchos, en vez de comparecer ante los tribunales, renuncian a sus propios derechos por no embarcarse en un viaje penoso y perdido. Otros, aunque no se resignan a perder sus derechos,  refieren eludir una apelación inútil, despreciando la dignidad  de personas excelsas a quienes se apela más inútilmente aún.

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