Advertencia

Este blog ha sido diseñado para que pueda realizarse una lectura, de un texto de San Bernardo, cada día del año. No obstante, en esta fase se unificarán progresivamente los capítulos para que también puedan leerse como pequeños libros completos. Igualmente se añadirán las cartas de San Bernardo, que nos permitirán hacernos una idea cronológica de en qué época y circunstancias fueron hechos tanto los escritos como los sermones (están en un blog aparte)

lunes, 28 de enero de 2013

CONSIDERACIONES. LIBRO IV. CAPÍTULO IX


Capítulo 9



LOS ASISTENTES Y COLABORADORES QUE DEBE ELEGIR PARA SI


Vamos a tratar ahora de tus asistentes y colaboradores. Son tus más adictos, tus más íntimos. Si son virtuosos, serán extraordinarios para ti; de lo contrario, pésimos. Cuando te duele un costado, no puedes decir que te encuentras bien. Es decir, no creas que eres bueno si te apoyas en los malos. Porque tu bondad, ella sola, a nadie beneficia, conforme lo expuse en el libro anterior. Tu justicia personal no puede solucionar nada a las iglesias cuando prevalece la sentencia de otros que no piensan como tú. Por otra parte, rodeado de esa gente, ni siquiera puedes estar seguro de tu bondad, como si tuvieras cerca de ti una serpiente. Si nos amenaza un mal interno, de nada nos sirve refugiarse. Al revés, el ambiente familiar es una ayuda continua si es benigno. En todo caso, te alivien o te abrumen, todo dependerá exclusivamente de ti, porque tú los elegiste o los admitiste. Claro es que no me refiero a todos. Algunos te eligieron a ti, y no al revés. Pero sólo gozan de la competencia  que tú les hayas concedido o permitido. Así  que estamos en  las mismas. Tú eres el único responsable de todo cuanto debas sufrir por culpa de quienes sin ti nada pueden decir. Prescindiendo ya de éstos, como puedes ver, no obres a la ligera cuando tengas que seleccionar o reunir a los demás colaboradores para desempeñar sus oficios. 
A ejemplo de Moisés, debes llamarlos de donde sea y rodearte de ancianos, no de jóvenes; pero que sean ancianos no tanto por su edad como por su vida y costumbres. Debes conocerlos bien para constituirlos ancianos del pueblo. ¿Y por qué no elegirlos de todo el orbe, si han de juzgar al orbe entero? Importa mucho que en su designación no te veas obligado a elegir a nadie porque te lo soliciten o te lo recomienden; debes decidir por propia deliberación y no por influencias. Hay cosas que no pueden denegarse, porque nos las arrancan a fuerza de insistencias o por la extrema necesidad del que la pide. Pero sólo si se trata de asuntos exclusivamente personales. Cuando no puedo hacer lo que a mí me gustaría, ¿le quedará alguna posibilidad al que lo solicita? Sólo si se limita a desear, no ya la concesión de lo que él pide, sino que yo pueda lícitamente querer lo que solicita. Unos piden ese favor para sí mismos y otros para los demás. No te fíes simplemente de los que te son recomendados; y el que directamente pide para sí, ya está juzgado. Poco importa que lo solicite por sí mismo o se sirva de una recomendación. De un clérigo que frecuente mucho la curia sin pertenecer a ella, ya puedes imaginarte, sin más, que es de la misma calaña que los ambiciosos. Aunque no te pida nada, piensa que algo busca de ti ese adulador que a todos da la razón. Y ten cuidado con el escorpión que se presenta de cara, porque punza con la cola.

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