El hombre de espíritu, el que puede enjuiciarlo todo, mientras a él nadie puede enjuiciale, antes de poner en obra cualquier cosa tiene presentes estas tres consideraciones: ¿es lícito, es conveniente, es útil? Pues aunque en pura filosofía cristiana no es conveniente una cosa sino cuando es lícita, y no es útil sino cuando es conveniente y lícita, no siempre será consecuente hacer todo lo que es lícito, útil y conveniente. Vamos a ver si podemos aplicar estas tres condiciones al caso concreto del que tratamos.
¿Cómo es posible que conviertas en norma a tu propia voluntad? Y puesto que no tienes a quién recurrir, ¿vas a tomar como único consejero a tu propio poder? ¿serás mayor que tu Señor cuando dijo: No he venido a hacer mi voluntad? Es propio de un espíritu, no ya vil, sino soberbio, comportarse contra el dictado de la razón como un irracional, siguiendo el propio capricho, impulsado por el instinto y no por el discernimiento. ¿Hay algo más brutal? Es indigno de todo ser dotado de razón vivir como una bestia. ¿Quién podrá concebir en ti, puesto sobre todos para regir el mundo entero, semejante degradación de tu naturaleza y un insulto tan afrentoso a tu dignidad? Si llegases hasta ese envilecimiento -lo que Dios no permita- podrías apropiarte como dirigida a ti aquella increpación general: El hombre no entendió el honor al que fue elevado, se rebajó al nivel de los jumentos que nada saben y se hizo semejante a ellos.
Tú lo posees todo. Pero sería vergonzoso que todavía vivieras insatisfecho y te rebajaras a regañar hasta lo más insignificante, como si no te peteneciese. Me gustaría que recordases ahora la parábola de Natán sobre aquel hombre que, poseyendo cien ovejas, codició la única que tenía un pobre. También sería oportuno traer a colación la conducta, o, mejor, el crimen, del rey Ajab, que lo tenía todo y se encaprichó de una viña ajena. Que Dios te libre de escuchar lo que él oyó: Has asesinado y encima robas.
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