Capítulo 2
COSTUMBRES DEL CLERO Y DEL PUEBLO ROMANO
Lo primero de todo, el clero romano debería ser el más digno, pues el estado clerical se extendió desde su seno principalmente a toda la Iglesia. Por otra parte, todo lo que en tu Iglesia sea impropio, repercute indignamente en tu misma persona. Es muy decisivo para la gloria de tu santidad que quienes vivan junto a ti sean rectos y ejemplares, como corresponde a los que deben ser espejo y modelo de santidad y rectitud. Tienen que superar a los demás por su competencia en los oficios eclesiásticos, por su idoneidad al administrar los sacramentos, por su celo en instruir a los fieles, por su vigilancia para mantenerse siempre castos.
¿Y qué decir del pueblo? Es el pueblo romano. No puedo decirte con menos palabras y mayor claridad lo que pienso de él. ¿Hay algo tan proverbial como la arrogancia y la obstinación de los romanos? Es gente no familiarizada con la paz, predispuesta a la sedición, indomable y dura; incapaz de someterse hasta que ya no puede más. Esta es su enfermedad: tú tienes que cuidarla y no te vale eludirlo. Acaso te rías de mí, porque estás convencido de que es incurable. No desconfíes: lo que se te pide es que la atiendas, no que la cures. Ya oíste aquellas palabras: Cuida de él. No dice la parábola: Cúralo, sánalo. Con razón dijo un autor: No siempre está en mano del médico la curación del enfermo. Pero quizá te venga mejor una cita de los tuyos, por ejemplo, de Pablo: Trabajé más que nadie. No dice: conseguí más que nadie o he dado más fruto que nadie, evitando con su profundo sentido religioso términos más bien insolentes.
Ya sabía este hombre instruido por Dios que cada uno recibirá la recompensa según su trabajo, no según sus éxitos. Por eso creyó que solamente podría gloriarse de sus esfuerzos, no de sus cosechas. Y expresamente lo dice: les gano en fatigas. Haz, pues, lo que depende de ti; que Dios se encargará de hacer lo suyo sin que te preocupes ni te angusties por ello. Planta, riega, cultiva con amor y as cumplido con lo tuyo. El crecimiento lo da Dios como él quiere, no tú. Cuando no quiera darlo, tú no perderás mérito alguno, conforme dice la Escritura: Dios da a los santos la recompensa de sus trabajos. Es un esfuerzo siempre seguro, porque no se verá frustrado. Y lo digo sin prejuzgar el poder y la bondad de Dios. Ya sé que está embotada la mente de este pueblo; pero de las piedras éstas es capaz Dios de sacarle hijos a Abrahán. ¿Quién sabe si se arrepentirán y los hará volver en sí, perdonándolos con su salvación? Mas no puedo pretender dictarle a Dios lo que debe hacer. Ojalá fuese capaz de descubrirte tus deberes y cómo Llevarlos a la práctica.
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